El club de los juguetes abandonados
L. Carlos Sánchez
Acudir a los rincones del olvido. Extraer los recuerdos, ponerlos en órbita, para que los demás lo sepan, para que niños y grandes auscultemos lo que somos.
Con inteligencia, con divertimento, porque el canto es parte fundamental de nuestra historia, porque si los temas que se proponen se manejan suavecito, entonces accedemos a la reflexión como cuchillo en mantequilla.
La desolación de la infancia, el racismo, el abandono, el abuso de poder, la violencia (puedo parecer redundante: soy), las guerras que también existen y debemos plantearlas porque son nuestra realidad.
El club de los juguetes abandonados es un montaje escénico de manufactura Andamios Teatro. El compromiso toral del arte cuando se piensa en la sociedad, en los otros.
La fiesta colorida que admiramos antes de extraviarse el sol; la portentosa entrega de las actrices: Nabila Nubes, Ángeles Durán y Jenny Zárate, bajo la dirección de la maestra Hilda Valencia.
En ese lugar donde se elucubra talento, donde un halo de alegría nos envuelve. Allí donde los espectadores nos convertimos en halos de humedad, desde el rocío de las ideas, la ambientación perfecta con voces precisas y vestuarios coloridos.
La resurrección de un juguete, o dos, o tres, tantos como la memoria dicte, porque la poesía contiene esto: la libertad de interpretar y sentir. Quizá el punto de partida sea la propuesta de una muñeca, o un muñeco abandonados, pero luego uno acude a las canicas y a los trompos, o las resorteras, y cuando ya el vuelo se dispone hacia el interior, se apersonan los diálogos que nos toman de las solapas para aterrizarnos en el aquí y ahora.
Ser lo que se es, mirarse al espejo y reconocer yerros y aciertos. Si somos padres o seguimos siendo hijos, si la frustración se nos asoma en el instante más enorme de la desolación. Hay esperanza porque contamos con nosotros mismo, lo que somos: la ratificación dentro de la dramaturgia propuesta en colectivo.
Con desparpajo, quedito, en la coreografía, la lucidez del movimiento, en el canto, la lúdica disposición para hacernos sentir en medio de las anécdotas y conflictos. Porque se tienen agallas, porque si se ejerce lo que apasiona, entonces los resultados serán el impacto y la felicidad en los receptores. Quizá una jaladita de riendas ante los tropiezos que cometemos.
Hay un lugar mágico que por nombre lleva Andamios Teatro. El escenario dispuesto para ser feliz desde un telescopio que nos guía al interior. Los niños que somos todos y aplaudimos porque sentimos.
La gratitud presta porque a veces no sabemos qué hacer con tanta enseñanza, el aprendizaje que obtenemos a través de la alegría en esas historias en las que subyace un llamado a cuentas de nuestro paso por la vida.
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